Cuando
no es posible el diálogo, o cuando el diálogo no funciona,
¿qué queda? La excomunión, la interdicción, la expulsión o el
enfrentamiento, la disputa, la polémica.
El
dialogo se inspira en la observación de que nunca hay una razón
segura que se contraponga a una segura sinrazón, sino que hay dos
razones más o menos fuertes. El problema es entonces el de
establecer no quién tiene razón, sino quién tiene más razón o
más razones de su parte. Por lo cual, usar todos los argumentos
concebibles e imaginables no debería entenderse como algo
premeditado y a evitar, sino como un acto conveniente y a alentar.
A
tener en cuenta:
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No nos consideremos infalibles; no creamos que nuestras ideas son intocables y nuestros argumentos incontrovertibles. Tenemos todo el derecho a tratar de ser convincente, pero, si no lo logramos, reconocozcámoslo, por lo menos en nuestro interior. Mantengamos abierta la duda y la disponibilidad a revisar nuestra posición de partida.
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Busquemos un punto de partida común. Es desalentador medir algo con dos varas distintas. La idea de que no se puede discutir si no se está de acuerdo puede sonar a paradoja, pero compartir al menos una premisa resulta fundamental por ese principio banal pero ineludible según el cual “ex nihilo nihil”1.
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Aportemos las pruebas que se nos pidan, aunque estemos a medias en el dialogo-debate. No sigamos el discurso si alguna de las premisas están en duda. Si se nos exige que demostremos algo, hagámoslo o probemos que es una pretensión absurda. Las pruebas serán de la calidad adecuada y la cantidad, suficiente (puede bastar con una sola o puede ser necesario reunir más de una).
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No eludamos las objeciones, demosles importancia. En la disposición a responder a las contestaciones y a las críticas está la razón de ser de la discusión; por tanto, eludirlo la hace naufragar.
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No eludamos la carga de la prueba. Cuanto antes mejor.
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Tratemos de ser pertinentes, con argumentos adecuados. La irrelevancia de los argumentos es una de las causas más difundidas del vicio lógico.
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Esforcémonos en ser claros. La ambigüedad no es un excelente recurso para el que debate.
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No deformemos las posiciones ajenas. Al referir los hechos o reformular las intervenciones del otro, apliquemos el sentido constructivo, seamos comprensivos y en sentido contrario, no distorsionemos. Atengámonos a la mejor interpretación posible de la posición de nuestro interlocutor.
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En presencia de nuevos elementos, aceptemos la reapertura del debate y la revisión del caso.
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Usemos la empatía, seamos sinceros. Todas las dudas y puntos de vista pongámoslos “encima de la mesa”.
1Nada
surge de la nada
2Todo
es subjetivo, nada es objetivo. Lo confirman las última teorías
cuánticas.
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