La palabra activismo nos hace volar a lo más alto de las Torres Kio de Madrid donde escaladores de Greenpeace despliegan una pancarta para decir No al TTIP; nos lleva a bordo del Astral, el barco de Proactiva Open Arms que navega en aguas del Mediterráneo para rescatar personas refugiadas; o a las puertas de una vivienda ante la que se agolpan miembros de la PAH para evitar un desahucio.
María Luisa Toribio. Bióloga. Autora del blog Un viaje hacia el activismo. @MLuisaToribio
Es
necesario un recorrido personal que lleve, primero, a tomar
conciencia y, después, a ser parte de la solución
El
cambio es posible y nos trae algo mejor. Resulta contagioso y
despierta el activismo que llevamos dentro
Fotograma del documental 'Mañana'
Karma
Films
El
activismo nos evoca organizaciones y movimientos sociales que ponen
su compromiso al servicio de las más variadas causas. Pero hay
también
un activismo cotidiano, el que podemos ejercer desde que nos
levantamos.
El café del desayuno, la ropa que nos ponemos, el medio de
transporte que utilizamos para ir al trabajo pueden ser poderosas
herramientas de transformación social. Cada
una de nuestras compras (o lo que decidimos no comprar), el banco
en el que depositamos nuestro dinero… todo
contribuye a dar forma a la sociedad en que vivimos.
Sociedad
en su sentido más amplio, porque nuestros actos cotidianos nos
vinculan con trabajadoras de Bangladesh, con campesinos de América
Latina, con los mares y bosques de medio mundo, o con una mina en
África. En
un mundo global todo está entrelazado.
La
crisis en la que estamos inmersos también es global.
Tiene su raíz en un modelo económico agotado, que ignora las bases
físicas y biológicas del planeta y que genera profundas
desigualdades sociales. Saltan
todas las alarmas, pero ¿las oímos?
El abanico de reacciones es amplio: desde quien está a otra cosa a
quien pasa a la acción, con un espacio intermedio ocupado por
quienes perciben que no vamos bien pero que piensan que no está en
su mano hacer nada.
Informar,
el primer paso
La
realidad nos muestra que la reacción mayoritaria está muy lejos de
la gravedad y la urgencia de los retos a los que nos enfrentamos.
¿Qué
nos impide reaccionar? Y,
sobre todo,
¿cómo activar a sectores más amplios de la ciudadanía?
No basta saber, hace falta tomar conciencia
Parece
claro que informar es el primer paso. Pero hoy
en día hay más fuentes de información que nunca… y sigue sin ser
suficiente.
¿Por qué? La transformación social no vendrá de la abundancia de
datos y argumentos. Sabemos que el cambio climático es una realidad,
pero seguimos calentando el planeta. Abundan las listas de consejos
para un consumo responsable, pero seguimos inmersos en la sociedad de
consumo. No basta saber. Es necesario un recorrido personal que
lleve, primero, a tomar conciencia y después a desear ser parte de
la solución.
¿Cómo acelerar ese proceso?
Dar
en la diana
Para
que la información sea eficaz como instrumento de transformación
social, debe ir a la raíz.
No basta con informar sobre el cambio climático, es imprescindible
relacionarlo con su causa última y mostrar con claridad las vías de
solución. Un ejemplo, el último libro de Naomi Klein Esto
lo cambia todo. El capitalismo contra el clima,
señala directamente y sin contemplaciones la causa última del
cambio climático: el modelo económico imperante y su traducción en
un consumo desmesurado de energía. Además, hace un recorrido por
las movilizaciones que están teniendo lugar en todo el mundo y por
las alternativas que se están impulsando.
Vincular
cabeza y corazón
“Estábamos
dormidos y despertamos”.
Fue una de las frases que expresaban el sentimiento de muchas de las
personas que salieron a las calles aquel 15M en el que una parte de
la ciudadanía, sacudida por la crisis, comenzó a despertar de su
letargo. El paro, los desahucios, los recortes en sanidad y
educación, una juventud que veía frustradas sus expectativas fueron
el detonante.
Jane Goodall tiene claro que el camino pasa por acercar cerebro y corazón, por lograr que lo que sabemos nos emocione
Fue
un despertar originado por lo más próximo.
Otras consecuencias de la crisis siguen sin percibirse como algo
propio, cercano, que nos afecta. Pienso en las consecuencias
ambientales, pero también en las sociales que ocurren en lugares más
alejados. ¿Cómo
lograr que nos toque dentro, que nos emocione, lo que no percibimos
tan cerca?
Jane
Goodall lo logra con maestría. ¿Su secreto? Habla directa al
corazón, tiene claro que el camino pasa por acercar cerebro y
corazón, por lograr que lo que sabemos nos emocione.
Es
por eso que el programa educativo Roots&Shoots,
puesto en marcha por el Instituto
Jane Goodall, implica a miles de jóvenes en proyectos que les
hacen vivir el respeto y la empatía por las personas y por la
naturaleza. La
vivencia es claramente más transformadora que los conocimientos.
Ilusionar
es motivar
El
cambio es posible y nos trae algo mejor. El documental Mañana
nos lleva de viaje por huertos urbanos que están cambiando la forma
de producir alimentos, comunidades que se abastecen de energías
limpias, productos fabricados para durar, residuos que se convierten
en recursos… Todo hecho realidad por personas normales y
corrientes, que nos demuestran que sí hay alternativas. Proyectos
que llevan premio añadido: ciudades más limpias y saludables,
nuevas formas de relacionarnos, de implicarnos con ilusión en
actividades compartidas, de lograr más autonomía y control sobre la
forma en que organizamos las sociedades… ¡Resulta
contagioso y despierta al activista que llevamos dentro!
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