El
PIB, como índice de medición del progreso, es la cuenta del Gran
Capitán. Y parafraseando el verso final de la coplilla que dio lugar
a ese tópico, este progreso se hace con el capital de la Tierra,
porque el PIB contabiliza el crecimiento, pero no tiene en cuenta los
costes ambientales del mismo. A fuerza de repetir la canción del
PIB, se ha instalado en el imaginario colectivo la creencia que es
posible sostener un crecimiento infinito en un planeta finito. Se
quiere ignorar que la tasa de renovación de la Naturaleza no es
ilimitada y que no puede sostener un crecimiento económico infinito.
Ante estas insuficiencias del PIB, se han aparecido indicadores sobre
el impacto de la actividad humana en la Naturaleza. Uno de ellos es
la huella ecológica. Hay otros indicadores específicos: el de la
huella de carbono.
La
huella ecológica representa el área de tierra y agua ecológicamente
productivos –cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos–
y el volumen de aire, necesarios para generar recursos y además para
asimilar los residuos producidos por cada población, individuo o
actividad de acuerdo a su modo de vida, de una forma indefinida. El
propósito es evaluar el impacto sobre el planeta de un determinado
modo o forma de vida y compararlo con su biocapacidad. Conocer la
sostenibilidad de la actividad analizada. Un ejemplo ilustrativo: «En
EE.UU. se gastan 10 calorías procedentes de combustibles fósiles
para obtener 1,4 calorías de alimentos» (Carlos Fernández Urosa).
La huella de carbono mide los gases de efecto invernadero emitidos
directa o indirectamente por un estado, un individuo, una
organización, un evento o un producto.
El
punto de partida de la correlación que hay entre PIB y huella
ecológica, son las diferencias entre las posiciones de la derecha,
la izquierda y la ecología política respecto al crecimiento
económico. Unos, derecha e izquierda, defienden la consecución del
progreso social a través del crecimiento económico ilimitado
(productivistas). Otros, la ecología política, sostienen que en la
consecución del progreso social no se pueden ignorar los límites
del planeta y es necesario replantearse la orientación y el sentido
de la producción dentro de un mundo finito (antiproductivistas).
Si
se considera, además, el posicionamiento de las fuerzas políticas
en relación con los indicadores señalados, afloran mas diferencias
entre los tres polos ideológicos. La derecha sólo reconoce como
índice de medición fiable el PIB y no considera los indicadores de
impacto ambiental. Vive en una burbuja economicista y cortoplacista
que le hace ignorar el coste ambiental de la actividad humana. Para
ésta la solución de los problemas ambientales (cuando reconoce su
existencia) es tecnológica. La izquierda está igualmente instalada
en el dogma del crecimiento económico ilimitado. Reconoce el
deterioro ambiental que produce la actividad económica, pero
subordina la solución al bienestar social. Su apuesta, ingenua o
interesada, es una transición energética que reduzca la huella de
carbono, sin renunciar al dogma del crecimiento económico, y por
tanto a la reducción de la huella ecológica, que deja sin resolver
la crisis de recursos y de biodiversidad.
El
resultado de dos siglos de crecimiento económico sin control es un
planeta esquilmado y quebrado. El patrimonio neto natural está por
debajo del 50 por 100 del capital natural que existía antes de la
industrialización. En el ámbito mercantil la legislación
societaria hace inviable a la entidad mercantil que reduce su capital
social por debajo de dicho porcentaje. El planeta presenta también
una cuenta de explotación negativa. Números rojos que se advierten
en la deuda de carbono, en forma de cambio climático, que las
anteriores generaciones y la actual dejan a las generaciones futuras.
La
ecología política advierte de la insostenibilidad de la asignación
de los recursos naturales basada sólo en criterios de eficiencia
económica. Esta asignación economicista y cortoplacista tiene como
resultado el sobreaprovechamiento de la Naturaleza: utilización de
los recursos renovables por encima de su tasa de regeneración;
explotación de los recursos no renovables sin tener en cuenta sus
existencias limitadas; y grave sobrepasamiento de la capacidad de
asimilación de residuos por la biosfera. La reducción de la huella
de carbono por sí sola, por tanto, es insuficiente. Para ecología
política la solución pasa por reducir tanto la huella de carbono
como la huella ecológica, hasta ajustarlas a la biocapacidad del
planeta. Eso significa adaptar la producción y el consumo a los
límites de la biosfera.
La
diferenciación entre el productivismo y el antiproductivismo traza
nítidamente la frontera entre una sociedad insostenible y una
sociedad sostenible. Del buen vivir. Dibuja una obcecación. Esta
obsesión, como dice Trías, ha erosionado y arruinado la libertad;
ha situado la justicia, (y la equidad intergeneracional, afirmo Yo),
en la última fila; ha imposibilitado la felicidad o buena vida.
Igualdad y fraternidad, han sido reinterpretadas desde ese prisma. La
liberación de la economía es, por tanto, la emancipación pendiente
de las sociedades modernas.
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