¿Invitadas
a sumarse a esta economía de muerte en contra de la naturaleza por
la igualdad?
La ecología está
radicalmente ausente de las habituales propuestas feministas de la
igualdad en el terreno social y económico. No hay ética del cuidado
para la Tierra.
Se
puede decir que se trata de modelos de igualdad anacrónicos e
insuficientes anclados en el "feminismo liberal de la igualdad"
sobre el reparto equitativo y la acción positiva compensatoria entre
mujeres y hombres sobre los recursos, los derechos y las
oportunidades.
Estos
programas de igualdad en el terreno económico y social parten de dos
supuestos ocultos que ecológicamente son muy problemáticos y
cuestionables:
1)
Repartir y hacer crecer la "tarta".
Se
trata de un "alegre e indocumentado" apoyo al crecimiento
ilimitado de la tarta económica como valor incuestionable. Es decir
cuanto más crezca y sea más grande la escala física de la
economía, mejor, más habrá para todos y todas, y más para
repartir. Una tarta económica que además es medida con los
reduccionistas parámetros economicistas y monetaristas, como es el
PIB. Más claro: repartir y crecer la tarta a costa de la creciente
degradación, esquilmación y muerte de la naturaleza, cuyos recursos
materiales son finitos y cada vez más degradados, frágiles y
escasos a causa de las agresiones económico-industriales a las
fuentes generativas de los mismos: la biosfera conjunta, los
ecosistemas, la biodiversidad, el resto de especies animales y
vegetales.
2)
Que no se cuestione la tarta ni sus ingredientes tóxicos.
Esta
tarta de la producción, la economía y el empleo hoy está llena de
biocidas hijos de los laboratorios tecno-industriales y de una
ciencia reduccionista y mecanicista que falsamente se declara neutral
en valores y a-moral, pero a la vez está dotada de poderes colosales
equiparables a los de las fuerzas geológicas. Sus poderes de
intervención y artificialización son incalculables e
indeterminables, así como sus capacidades para la producción de
males atroces y de tragedias de todo tipo: daños, riesgos y peligros
socioambientales que se expanden en el tiempo y el espacio sin
control. No hay previsión ni cálculo posible sobre sus
consecuencias diseminadas en el sistema complejo que habitamos:
sociedad humana-naturaleza.
Además,
conviene no olvidar que curiosamente dicha tarta y sus componentes
biocidas y genocidas ha sido creada históricamente por élites
masculinas del patriarcado industrial y ahora de la economía
globalizada.
Es
decir, los programas de igualdad son sencillamente "zombis"
por insistir en la ignorancia y el maquillado de nuestra primordial
identidad viviente y animal, y por apostar por los delirios de
arrogancia y grandeza propios de las creencias tecno-optimistas de la
vieja sociedad industrial. Están radicalmente desajustados con los
tiempos y problemas socio-ambientales que vivimos. Carecen de novedad
ideológica por estar en el "consenso productivista" del
desarrollo y en la antigua idea de progreso ilimitado de la mejora y
el bienestar, algo irrealizable en un planeta finito en materiales y
cada vez más enfermo. De este pétreo consenso a favor del
crecimiento económico sin límites y de la muerte de la naturaleza
hoy participan las izquierdas y derechas de todo tinte y color, y
también muchos de los proyectos emancipatorios que han destilado en
su historia (liberales, socialistas, comunistas).
En
el siglo XXI en el que estamos las propuestas liberal-feministas de
la igualdad en realidad constituyen una invitación a que las mujeres
se suban y se integren alegremente en el tren del desarrollo
tecno-industrial y patriarcal, en condiciones de igualdad de
oportunidades y junto a los hombres, así ellas también impulsarán
el descarrilamiento colectivo. Son temibles las consecuencias
sociales y ecológicas en curso: escasez crónica, extinción de la
biodiversidad, destrucción irreversible, inhabitabilidad del
planeta, enfermedades, éxodo y refugiados socio-ambientales,
exterminio de multitudes, fraticidio y la guerra por recursos
ambientales básicos cada vez más menguantes a causa de la
"translimitación o rebasamiento" de los límites
biofísicos infranqueables, más allá de los cuales las fuentes
biogenerativas de la biosfera no pueden recuperarse y no hay vuelta
atrás en su progresiva decadencia.
Como
en una película de terror, a las mujeres se nos quiere invitar a
tripular "en condiciones de igualdad" el tren del
desarrollo y el crecimiento ilimitado de la economía material, todo
un regalo envenenado para empujar hacia el colapso y la tragedia
conjunta.
En
resumen se trata del viejo feminismo que apuesta por la igualdad
entre mujeres y hombres, pero lo hace bajo algunas exigencias
dramáticas:
A)
El coste de la "masculinización de las mujeres".
Causado por su aplaudida integración en las instituciones y valores
principales del desarrollo y sus prioridades productivistas (algo
bien diferente al cuestionamiento del doble sistema patriarcal del
sexo-género).
B)
El coste de la muerte creciente de la naturaleza.
Causado por no tener en cuenta los límites insalvables y
restricciones a la libertad, la acción humana y la economía.
Irremediablemente los sistemas sociales son parte de la biosfera y
dependen de ella, de la salud e integridad de sus sistemas naturales.
Para sobrevivir y continuar en el tiempo, y para poder hacer realidad
las utopías de la "buena vida y su disfrute en nuestra única y
común casa planetaria" necesitamos preservar y reparar en lo
posible los recursos y servicios naturales de baja entropía que
tienen su fuente primordial en los metabolismos naturales de la
Tierra. La naturaleza es condición, medio y meta en todo curso de
posibilidades y opciones en juego, pero la ceguera suicida del
desarrollo social y económico está deteriorando a marchas forzadas
su biodiversidad y sus complejos y frágiles equilibrios vitales, tal
y como nos informan los mejores datos empíricos disponibles.
La
realidad ecológica es sustantiva y fundacional, tiene existencia,
dignidad y necesidades propias. Conecta todo con todo y está en
todas partes. No es solo un asunto sectorial, no es un simple
apartado separado del resto de realidades y políticas. No es un
colorín (el verde) equivalente a otros colores y a apilar junto a
ellos (rojo, blanco, violeta, arco-iris, ...), tal y como acostumbran
a hacer las izquierdas en sus retóricas y programas electorales. No
es un adjetivo sino que es un componente estructural no eliminable de
toda acción humana y realidad, lo que impone condiciones y
restricciones primeras y últimas a todo fenómeno, proyecto y acción
sobre el mundo. Las realidades socio-ecológicas podrían tener
innumerables propuestas de cambio y mejora que directamente
beneficiarían a las mujeres por estar incluidas en otras realidades
que les afectan y discriminan, aunque erróneamente las solemos
nombrar separadamente de la ecología: la economía, la producción,
el empleo, el consumo, el transporte, la tecnología, la vivienda, la
agricultura, el urbanismo, la alimentación, la energía, la sanidad,
la enseñanza, ...
Esta,
junto con la equidad, son las verdades incómodas que los programas
económicos y sociales de igualdad feminista irresponsablemente
niegan.
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