Millones de refugiados se agolpan a las puertas de Europa poniendo a prueba nuestros valores más preciados de solidaridad y equidad. Es todo un aviso para navegantes sobre los peligros del futuro que nos espera. Cuando una sociedad humana se siente amenazada tropieza con la disyuntiva de elegir entre la libertad y la seguridad, es muy probable que se opte por la segunda opción autoritaria. En la respuesta que demos a este dilema práctico corremos el riesgo de suspender los principios morales más apreciados en nuestras acomodadas sociedades democráticas. Las libertades pueden tirarse al basurero cuando se percibe que los refugiados constituyen una amenaza a la propia seguridad.
Solo
un reajuste socio-ambiental global por encima de las fronteras, capaz
de distribuir la creciente escasez de los recursos biofísicos según
los valores de suficiencia material y ecológica y de manera más
equitativa, podrá ayudarnos a mitigar la gran catástrofe que se
avecina, mucho más colosal que la crisis actual de los refugiados.
Pero hasta ahora continúa la ceguera política como si nada pasara,
sumida como está en la negación de los problemas sociales y
ecológicos de fondo. Toda una gran irresponsabilidad
institucionalizada.
Las
guerras climáticas están en marcha, y de seguir con el mismo rumbo
que llevamos las guerras que vendrán encenderán más la mecha del
nacionalismo xenófobo, los agravios comparativos fratricidas de unos
contra otros, y aumentarán las luchas encarnizadas para el
abastecimiento de recursos naturales cada vez más escasos y
degradados. La desestabilización climática que se avecina, lejos de
ser un hecho para ser tratado en un apartado sectorial y aislado,
como por ejemplo lo hace el reduccionismo de la óptica técnica que
solo habla de emisiones de CO2 y de eficiencia energética, ya nos
está complicando profundamente las relaciones humanas en nuestras
sociedades, y solo acaba de empezar.
La
terrible guerra civil en Siria fue precedida por una histórica
sequía que duró más de 10 años y arruinó a más de un millón de
agricultores, causó grandes migraciones interiores y agudizó las
críticas al régimen de Assad como aumentó las tensiones
inter-étnicas e inter-religiosas. Aunque los analistas políticos
suelen ignorar nuestra inevitable condición de dependencia de un
mundo físico y biológico finito que decae a marchas forzadas, lo
cierto es que la batalla por el agua en un Oriente Próximo con unas
temperaturas cada vez más inclementes y con acceso y reparto muy
injusto, ha sido uno disparadores sociales que ha encendido la guerra
civil en Siria.
En
muchos otros países del Mediterráneo y de Africa se retroalimentan
los horrores ambientales: las sequías, el avance del desierto, la
carencia de agua potable y de combustible, el esquilmamiento de las
proteínas pesqueras, la grave crisis de la agricultura de
subsistencia a pequeña escala, la endémica superpoblación en
relación con la capacidad de carga ecológica local, la corrupción,
la violencia, la aguda polarización y desigualdad y los conflictos
étnicos y religiosos. El cambio climático y el rápido deterioro
ambiental significan acelerar y radicalizar todos y cada uno de los
problemas existentes que amenazan el sustento y la habitabilidad
humana.
El
sociólogo alemán Harald Welzer en su libro “Guerras Climáticas”
nos anuncia un escenario tenebroso para el futuro europeo. Millones
de personas desesperadas tratarán de alcanzar “la tierra
prometida” de nuestras costas, huyendo de sequías, hambrunas,
guerras por el control de recursos ambientales, grandes desastres
naturales y una miseria multiplicada por el terrible cóctel de la
superpoblación, el malgobierno y la creciente insostenibilidad de
los ecosistemas que son soporte imprescindible de las sociedades.
Welzer afirma: “Es
muy probable que crezcan los conflictos potencialmente violentos en
torno a diferentes recursos. Un factor importante es el tipo de
conflicto y la existencia de una competencia por recursos básicos
necesarios para la supervivencia, como el agua o la tierra. Existen
conflictos concretos que devienen violentos y que presentan una
tendencia acumulativa porque se producen en sociedades fallidas,
carentes de estructuras y en las que existen actores
interesados en ampliar la conflictividad”.
Los
científicos ambientales estudian los peligrosos puntos críticos de
inflexión ambiental generados por las acciones humanas y las
consecuencias de translimitación irreversible en los ecosistemas
desequilibrados por el cambio climático, pero apenas nadie reconoce
las grandes mutaciones sociales que están siendo provocadas por el
deterioro ecológico. Aunque en realidad la sociedad humana y la
naturaleza nunca han estado separadas, tal y como han ideado
fantasiosamente las supersticiones dualistas de los modernos, lo
cierto es que casi la totalidad de la clase política sigue anclada
en esta dramática desconexión con el mundo natural.
La
avalancha que viene de los pobres refugiados climáticos puede ser
recibida con una regresión moral y política de los europeos,
elevando los muros y defendiéndolos con acciones cada vez más
brutales y totalitarias. Unos bruscos cambios excluyentes que están
muy alejados de los valiosos propósitos de defensa de los derechos
humanos fundamentales que deberían orientar todo quehacer político.
En
la Unión Europea vivimos en una burbuja con una falsa ilusión de
seguridad, en gran parte gracias al saqueo de recursos materiales y
biológicos de todo tipo venidos de cualquier parte del mundo. Esta
“fortaleza europea” solo puede mantenerse mediante la
externalización temporal de los nefastos impactos colaterales
sociales y ecológicos generados por nuestros sobreconsumidores
estilos de vida y por el crecimiento de la escala material de la
economía y la producción en un planeta finito en materiales y
moribundo. Lo cierto y real es que socio-ecológicamente nuestra
cómoda y segura existencia solo puede ser provisional y tiene fecha
temprana de caducidad. La frágil burbuja europea puede reventarse
rápidamente por estar rodeada por millones de personas que sufren
cada vez más las consecuencias directas e indirectas de un proceso
histórico de gran explotación política, social y ecológica.
No
hay muchos motivos para el optimismo porque todo ocurre en medio de
un vacío de gobernanza institucional mínimamente responsable ante
la gigantesca envergadura del cambio climático, la gran injusticia
social y la degradación de las condiciones ambientales. La situación
de emergencia colectiva y mundial que plantea el desafío de las
guerras socio-climáticas exige mutaciones materiales rápidas en la
forma de vida sobreconsumidora presente en los países opulentos y en
el resto del mundo.. Como concluye Welzer: “En
la Historia, tenemos ejemplos como el fascismo o el comunismo que
cambiaron sociedades en un lapso de tiempo increíblemente corto y
con un impacto muy profundo. Por ello, creo que no tenemos ni idea de
lo que puede pasar en un mundo que afronte una subida de la
temperatura de tres grados o más, algo que puede ocurrir en pocas
décadas.”
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